domingo, 23 de agosto de 2015

Infinito (Azul Profundo, Parte II)

Pero no llegaste.
No hubo luces que se apagaban ni puertas abiertas. No hubo pasos acercándose ni manos sobre mis hombros. Tampoco respiraciones aceleradas ni palabras tardías saliendo de unos labios arrepentidos. No hubo nada. Solo el silencio. Y el mar... nuestro mar... aunque nunca fuese nuestro porque nunca hubo un nosotros.
Debí volver a quedarme dormido mientras soñaba contigo, o tal vez soñara contigo al volver a dormirme. Sea como fuere, la cuestión es que tú no estabas allí. Me ilusioné creyendo que el momento podría ser este pero es evidente que la realidad sigue siendo otra. Dicen que nunca hubo segundas partes buenas, y a la vista está, pero a mí siempre me gustó nadar a contracorriente. Bueno, es un decir, lo de nadar sigue sin ser lo mío. Sin embargo, tú sigues siendo la sirena del azabache a la espalda. Supongo que es motivo más que suficiente para comprender por qué te me escapas cada vez que creo haberte alcanzado.
Lágrimas de plata me pare ahora la madrugada al arrullo constante del oleaje sereno. Y no hay acordes de música rara, ni melodías confusas, ni aquellas canciones que llamabas tuyas o aquellas otras que nos hicimos nuestras. No hay un cubata al resguardo de una tarde, ni espectros danzantes de nicotina bailando en torno a mi mirada tonta clavada en tu sonrisa efímera. No hay magia que te desnude ni brisa que nos despeine. No hay levante que seque las sábanas blancas que tendimos al amanecer.
No hay nada de lo que una vez creí que pudo haber habido. Nada de lo que pudimos llegar a construir. Nada. Tan sólo un horizonte lejano, inalcanzable, onírico y difuso. Un horizonte quimérico, absurdo. Un horizonte infinito.
Me levanto y recojo la guitarra, me sacudo la arena de mi memoria y los recuerdos de la ropa y dejo atrás la playa y el mar, las olas y la roca. Subo, arranco y piso a fondo. Sin mirar atrás, como siempre lo he hecho. No hay sitio al que regresar ni ningún lugar al que volver. Las huidas siempre son mejores si son hacia adelante y al olvido ya le pondremos alguna vela o algún ramo de rosas en la cuneta por la que se despeñaron  mis ilusiones un viernes cualquiera.
Ya te olvidé una vez. Podría volver a conseguirlo, aunque lo cierto es que ni yo mismo me lo creo. No me lo creo porque sé que, aunque lo consiga, más temprano o más tarde aparecerás de nuevo cruzándote cómo se cruzan los gatos negros por la calle corriendo de una acera hasta la otra, haciéndote frenar de golpe, provocando que te comas el volante y se te encoja el estómago. Aparecerás sin aviso previo, derribando de un suspiro alegre de tu boca cualquier castillo de naipes que en precario equilibrio yo hubiese sido capaz de levantar durante todo este tiempo, siendo otra vez, sin quererlo, terremoto y huracán, torbellino inocente que me sacuda el corazón y me pellizque el alma hasta hacérmela sangrar, como en tantas otras ocasiones. Aparecerás con el sofoco asesino de un ocaso de terral caliente. O con la bruma fresca de una sensual mañana de primavera luminosa. ¿Quién sabe? Tal vez sea con los primeros fríos de diciembre o quizá con la lenta caída de las hojas en el otoño gris y taciturno. No sé. Tampoco me importa demasiado. La certeza es tan grande que el cómo, el dónde o el cuándo me es del todo indiferente. Lo que cuenta es lo importante. Y lo importante siempre fuiste tú, aunque nunca supieses qué era lo que a mi realmente me importaba.
Abro la ventanilla y dejo que el aire de la noche me enmarañe los cabellos. Me vuelvo a llevar la mano al pecho y compruebo, una vez más, que sigo sin tabaco. Revuelvo la guantera apartando la vista de la carretera por unos segundos, buscando algún paquete viejo que pueda haber quedado olvidado y finalmente encuentro uno con un par de cigarrillos partidos y uno que milagrosamente ha quedado ileso. Me lo llevo a la boca, lanzo el paquete y su contenido por la ventana y lo prendo con el mechero del coche. La primera calada inunda mis pulmones y calma mi ansiedad, dejándome un regusto rancio y desagradable en el paladar. Expulso el humo lentamente mientras sigo conduciendo sin saber muy bien a dónde me dirijo. Siempre me gustó perderme por la carretera, pero ya la gracia no es la misma. Antes nunca supe qué habría tras la siguiente curva o el próximo cambio de rasante, ni a dónde nos llevaría el rumbo que nosotros mismos marcábamos jugando al azar caprichoso de un destino incierto. Ahora es distinto. Ahora por fin sé a dónde conducen todos los caminos. Y también, aunque sepa cómo volver, nunca he sido capaz de dar media vuelta. Prefiero seguir adelante. Prefiero que siga habiendo tierra de por medio. Al menos hasta que el gato cruce otra vez de acera.
Los neones parpadean como cometas fugaces y en la radio un tipo habla de recorrer la ciudad de punta a punta quemando nuestros malos sueños. Me pinta de verde los semáforos el recuerdo de tu risa amapola y acelero intentando dar alcance a los días pasados, huyendo de un futuro que dista del previsto. Las avenidas de la ciudad llevan escrito tu nombre y en la cal de las paredes creo distinguir desdibujada tu mueca exótica que divertida me vigila. Me costó darme cuenta, pero por fin he comprendido que, por mucho que me aleje, por mucho que corra, o que huya, siempre habrá mil caminos esperando. Mil caminos por recorrer. Mil caminos que me lleven contigo, mil calles que me guíen hasta ti.
Fuiste la espina clavada, la astilla incrustada bajo mi piel y yo, soñador sin aguja ni alfiler, preferí dejarte que te acomodaras y acostumbrarme a soportar el dolor latente de llevarte siempre conmigo. Me hice a la idea de que cambiarte visitas casuales y confidencias oportunas, como se cambian los cromos en el patio del colegio, era mejor que la ausencia y la distancia. Y te clavaste aún más adentro si cabe. ¡Que torpe, que iluso! Sé que no voy a aprender nunca, ni a escarmentar, pero es que tampoco quiero hacerlo.
Quiero errar las veces que haga falta, equivocarme siempre que sea contigo, porque si es sin ti, ya sabré que estoy equivocado de antemano. Quiero desperdiciar en ti todas y cada una de mis rimas mal compuestas, cada frase de mi prosa barata, cada palabra encajada con calzador para que suene armoniosa, para que evoque tu calidez ausente. Quiero que de mis ripios velados se desprendan besos que mitiguen el dolor de una nueva batalla perdida. Quiero que cada derrota me enseñe una forma nueva de cómo no hay que hacer las cosas. Y, por eliminación, sé que llegará el momento en que dé con la correcta. Tengo tiempo. Las prisas nunca me gustaron en exceso aunque los excesos formen parte de mí y, para llevarme la contraria a mí mismo, al tiempo que pienso esto piso más el acelerador.
Cambio de marcha, subo el volumen. Una última calada solitaria. El calor de la lumbre se acerca peligrosamente a la ampolla del anterior cigarro, haciéndome recordar de nuevo la diferencia entre la realidad y tú. Tiro la colilla  y una estrella cruza veloz el firmamento. Nunca creí en esas cosas absurdas, pero sé que tú sí, así que, por ti, pido mi deseo pertinente. Pido volver a verte durmiendo en mi cama. Pido que se me devuelva la oportunidad de reunir el valor necesario para meterme en ella y abrazarte. Y tenerte. Y ser yo en ti.
     Pido que las manecillas del reloj se den la vuelta, que el calendario retroceda hasta aquella vez primera que te di fuego. Empezar de cero. Conocerte otra vez. Poco a poco, despacio. Y volver a emborracharme contigo, volver a hacer nuestras las barras de los bares y los callejones desiertos a punto de rallar el alba. Perdernos, pero de verdad. Porque estando tú, perdido sé que no voy a estar.
Y no, no se va a cumplir el deseo. Las manecillas seguirán hacia adelante. El calendario seguirá avanzando. Yo creo recordar que hace tiempo que dejé de fumar y ya casi nunca me emborracho. Y si lo hago, lo hago sólo, aunque así es menos divertido. Y ya no me pierdo, mas sigo sin saber a dónde tengo que ir.
Se me ha acabado la carretera. La ciudad se ha quedado atrás y la radio aquí ya no suena. Detengo el coche a un lado, me bajo y me dejo caer sobre el capó, notando el calor del metal caliente bajo mi espalda, los brazos bajo mi cabeza, tu voz en el viento.
Se nos han pasado los años esperando oportunidades que sabíamos que no iban a llegar, porque tiramos por el desagüe la que debió ser la buena, la auténtica, la que dio origen a todo. En tu pelo de negro obsidiana ya caen algunas hebras de escarcha y yo me he convertido sin apenas darme cuenta en todas las cosas que tantas veces me prometí a mí mismo que nunca sería. Sin embargo, cuando te veo, que es nada comparado con lo que yo quisiera, siento como si nada hubiese cambiado. Como si aún fueses la niña de la calle de atrás. Como si aún hubiese tiempo para preparar de nuevo juntos  la cena en mi cocina desordenada.
Siento que podríamos volver a ser dos inconscientes jugando al billar mientras el mundo hace carambolas contra el universo. Siento que podría volver a hablarte de mí, que podrías volver a hablarme de ti y que no se notaría el cansancio de los pasos que nos condujeron hasta aquí. Siento que todo podría ser tan fácil como decir que sí o decir que no. Depende de la pregunta. Pero lo fácil siempre está lleno de contradicciones.
Sería fácil llamarnos. Y no lo es. Sería fácil quedar un día cualquiera. Y no lo es. Sería fácil hablar a las claras. Y no lo es. Sería fácil… en fin. Todo podría hacerse fácil, si se quisiera. Pero es más fácil no complicar las cosas. No vaya a ser que lo que puede parecer tan fácil se torne en un problema de absoluta dificultad. Irresoluble, imposible.
Arañan ya el cielo las luces primeras del alba y sangra el añil ante la puñalada traicionera de la aurora. Se aparta la tiniebla, pero no de mí. Se marcha la noche, mi compañera de desventuras, mi aliada de escarceos, mi medio natural para encontrarte. El día empieza a romper tirando abajo cualquier posibilidad de tenerte. Porque tus días no son mis días. Porque tus días son otros. Pero las noches… bueno, las noches siempre podrían ser nuestras.
El sol baña el horizonte que se extiende, mudo e impasible, ante mis ojos. Un horizonte de sueños y deseos por cumplir. Un horizonte de posibilidades y oportunidades desaprovechadas y de otras que aún podrían estar por venir. Un horizonte de sendas y veredas que guíen nuestros pasos hacia un remanso común donde descansar. Un horizonte por alcanzar yendo tras de ti. Un horizonte lejano, inalcanzable, onírico y difuso. Un horizonte quimérico, absurdo. Un horizonte infinito.
Subo al coche, arranco y acelero de nuevo. El camino no se acaba aquí. El camino sigue. El camino siempre seguirá ahí delante, mientras haya un motivo para seguir viajando.
Y a mí me sobran los motivos.

Alcaucín / Vélez- Málaga, escrito entre los meses de Mayo y Agosto de 2015

lunes, 17 de agosto de 2015

Duermevela

Cuéntame la historia de nuestras huellas silenciosas,
el antiguo legado de los pasos que lentamente nos han traído aquí.
Háblame de sueños, de luchas y libertades,
revélame el misterio que se oculta tras tu secreto de marfil.

Quiero de tu mano descubrir senderos prohibidos,
desorientarme en el laberinto de tus palabras,
naufragar en la cadencia de tus sílabas
y que, irónicamente,
sea tu voz mi brújula y mi mapa,
mi compás, mi estrella del alba,
mi rosa de los vientos,
mi paz, la calma.

No me pidas que enfríe situaciones,
o que no caliente momentos,
que yo vivo de instantes, de alientos,
y mientras tú analizas las contras,
seguiré coleccionando carpe diems
y guardando desengaños en mi mochila rota.

Tal vez no sea lo que crees que soy,
quizás yo a ti tampoco te conozca.
Puede que de idolatrías y lealtades
se cieguen ojos que no ven
que sólo somos pequeñas personas,
indefensas, simples, mortales.

No siempre lo correcto es lo idóneo,
no siempre pararse a pensar es la mejor idea.
Búscame cuando la noche se rompa,
cuando la magia aparezca, cuando la veas.
Piérdete conmigo en las arrugas de tu cama,
aunque conveniente no sea.
Y recuerda que lo que lees te lo estoy susurrando,
a media luz, en tu duermevela,
pese a saber que cuando despiertes,
posiblemente, no lo entiendas.

Alcaucín / Vélez-Málaga, 18 de Agosto de 2015