Me prometí a mí mismo no volver a escribirte,
pero tengo la estúpida manía de cruzar los dedos cada vez que hago un juramento,
así que aquí me tienes de nuevo,
aunque, bueno, en realidad nunca me he ido.
Te he soñado cada día desde que nos conocimos
y de las noches ya ¿pa qué voy a hablarte?
Que ironía, ¿verdad?
Con lo fácil que hubiera sido decir tan solo dos palabras.
Convertí mi bolígrafo en espada,
mi vieja libreta azul en escudo
y me forjé una sólida y reluciente armadura plateada
con todos los besos que nunca pude darte.
No cabalgo sobre ningún corcel blanco,
pero a cambio podría ir a buscarte las veces que hiciera falta en mi utilitario negro
y perderme contigo como solía ser costumbre
por caminos que nunca sabremos a dónde podrían llevarnos.
¿Qué ocurre? ¿Me crees loco?
Yo, por el contrario, me creo caballero andante,
pues no me importa enfrentarme con molinos de viento.
Llámame si quieres Don Quijote,
a fin de cuentas, mi Dulcinea siempre tú serás.
pero tengo la estúpida manía de cruzar los dedos cada vez que hago un juramento,
así que aquí me tienes de nuevo,
aunque, bueno, en realidad nunca me he ido.
Te he soñado cada día desde que nos conocimos
y de las noches ya ¿pa qué voy a hablarte?
Que ironía, ¿verdad?
Con lo fácil que hubiera sido decir tan solo dos palabras.
Convertí mi bolígrafo en espada,
mi vieja libreta azul en escudo
y me forjé una sólida y reluciente armadura plateada
con todos los besos que nunca pude darte.
No cabalgo sobre ningún corcel blanco,
pero a cambio podría ir a buscarte las veces que hiciera falta en mi utilitario negro
y perderme contigo como solía ser costumbre
por caminos que nunca sabremos a dónde podrían llevarnos.
¿Qué ocurre? ¿Me crees loco?
Yo, por el contrario, me creo caballero andante,
pues no me importa enfrentarme con molinos de viento.
Llámame si quieres Don Quijote,
a fin de cuentas, mi Dulcinea siempre tú serás.
Alcaucín / Vélez-Málaga, 15 de Enero de 2014